miércoles, 22 de noviembre de 2017

La Barra, Buenaventura

Muchos aseguran que, en ocasiones, las invitaciones menos esperadas son las que llenan el alma, las que satisfacen el espíritu. Aquel día no fue un día normal. Nuestros corazones anticiparon con emoción y parecieron promover el impulso de gritar "Vamos!", al momento de recibir un correo electrónico que decía: Invitación: Voluntariado en Buenaventura.
Se trataba de un llamado abierto a los empleados de Gases de Occidente para participar por cuatro días en una actividad de voluntariado en la localidad de La Barra, una playa poco conocida sobre el Océano Pacífico de Colombia. Aquel 8 de septiembre, a eso de las nueve de la mañana, en medio de las actividades diarias de oficina, llegaría aquél correo que transformaría nuestra visión actual por años venideros. La Barra habría de convertirse en nuestro pueblo preferido, aparte de que el rumor local reza que "quien llega allá muriendo, a la semana ya está vivo”.
De repente más de veinte colaboradores mostraban interés en participar, no obstante solo seis plazas estaban disponibles; así que hubo necesidad de dejarlo a la suerte y someter los cupos al azar de una rifa. Todos nosotros hacíamos uso de los rezos tradicionales implorando a santos y ángeles nunca antes evocados para que nos prodigará con sus bendiciones y un curul nos cayera del mismo cielo; hasta artimañas políticas se pusieron de moda al astutamente coaccionar a muchos colegas para que desistieran de la idea y no participasen del evento para así mejorar nuestras posibilidades de ser favorecidos.
Cosas de la providencia o no, en forma "salomónica", fuimos favorecidos los que tenían que haber ido y a partir de ese día comenzó la cuenta regresiva para nosotros, con un sin número de actividades preparatorias; lograr dejar todo tan organizado que pudiéramos participar sin inconveniente no fue fácil, algunas trasnochadas, algunos esfuerzos de más, pero sobretodo la plena convicción de que valdría la pena.
Ya para el día 21 de septiembre, muy a las siete horas de esa mañana, sentados en nuestras oficinas contábamos los minutos para que llegaran las nueve horas y media y pudiéramos por fin ir a nuestro gran encuentro; se llegó la hora y nos reunimos con nuestro padrino, quien nos dio algunas indicaciones y esperamos por otros compañeros. A las diez y media, partiríamos con rumbo a Buenaventura (aquí sonido de marimba y olor a mariscos).

Equipo de voluntarios Gases de Occidente Vamos Valle
Fue un viaje tranquilo, aprovechamos para charlar con nuestro compañero de asiento, hablando de cosas que, en nuestras oficinas entre facturas, papeles, reuniones y demás, no se hace con regularidad; Logramos reconocer que la persona que estaba a nuestro lado era alguien como nosotros, con sueños, con anhelos y sobretodo con un gran corazón.
Hacia la 1 de la tarde llegamos al puerto, nos dirigimos al muelle con orientación del personal de la ANDI, aprovechamos para tomar algunas fotografías y apreciar el maravilloso océano de nuestro pacifico colombiano. Con refrigerio en mano abordamos las lanchas, estas tenían con techo, ventanas y un buen piloto, de esos con pies descalzos que caminan por el borde sin miedo a caer, con manos grandes y callos que denotan una vida entera entregada a su labor, así pues, nos dirigimos a la BARRA.
Eran cerca de las 2:30 de la tarde cuando arribamos con emoción, pero también con la ansiedad de saber cuál sería nuestra labor, como nos organizaríamos, donde dormiríamos, que comeríamos, sin saber que todo este evento tenía una logística que cuidó hasta el más mínimo detalle. Caminamos por el pueblo, recorrimos lugares que algunos de nosotros conocimos como escuelas, bares, hospedajes, hace no más de dos años pero que hoy ya solo quedaban los vestigios debido al fenómeno de puja (durante 6 días la marea crece y crece hasta que llega a un máximo mayor al anterior).
Con algo de nostalgia por ver la basura y el deterioro inminente de las casas que aun con esfuerzo estaban arriba, caminamos hasta llegar a lo que hoy se conoce como: auditorio, centro de comunicaciones, salón comunal y centro de convenciones o algo así. Mejor dicho, era el punto de encuentro con la gratísima sorpresa de que allí estaban ellos, los habitantes de este paraíso esperándonos con banderitas blancas y cantando su himno maravilloso “el pueblito de la barra, es mi pueblo preferido, el que llega aquí muriendo a la semana está vivo, el que llega aquí muriendo, a la semana está vivo, el que llega aquí muriendo, a la semana está vivo”. Con este recibimiento se pactó lo que sería para nosotros un renacer!
Bienvenida de parte de la comunidad de La Barra

De forma inmediata nos indicaron que durante nuestra estadía estaríamos acompañados por dos comadres, una que nos daría techo y otra comida; el concepto de tener una comadre en aquel lugar era mágico, la nuestra fue Colombia y la cabaña estaba a unos cuentos metros del punto de encuentro así que estuvo perfecta, en la comida estaríamos con Nelsi, morena de rasgos fuertes y sonrisa pronunciada, junto con su familia nos dieron a probar los manjares de dioses del pacifico.
Luego de instalarnos en nuestras cabañas y ducharnos con agua de lluvia, nos reencontramos con los demás voluntarios que estaban arribando e hicimos un ejercicio maravilloso de reconocernos como seres vulnerables, amorosos y ante todo con gran capacidad de dar lo mejor de cada uno por hacer de esta jornada un nuevo nacer para La Barra.
7 de la noche hora de la comida. La mejor recompensa para este primer día que aunque no hubo trabajo físico en la zona, si veníamos de un viaje largo y un día de mucho movimiento sobretodo en el paso del tigre. Dimos una caminadita suave y a dormir ya que las indicaciones para el día siguiente era que sí no llovía debíamos estar a las 6 am haciendo calentamiento, 7 de la mañana desayunando y una hora después listos para trabajar!
La lluvia tropical mañanera repuntó al unisón de la alarma a eso de las cinco, un buen augurio de bienvenida por aquellos lares de la selva del Pacífico. Parecía indicarnos que debíamos ducharnos pero podríamos dormitar un poquito más. Media hora después, listos con capas y botas, devorábamos un módico desayuno: huevos revueltos, arepa de maíz, y café; acompañados por el suave arrullo de las olas. Luego en el punto de encuentro, acondicionado con plásticos para resguardarnos de la llovizna, nos dieron la noticia de que trabajaríamos por equipos y que estos estarían conformados por integrantes de diferentes empresas; de hecho, también miembros de la comunidad se vincularían con el fin de integrarnos y compartir la experiencia.
Experiencia Vamos Valle

La repartición en grupos se hizo y las actividades también. Algunos empezamos con la limpieza en la playa clasificando en Pet, vidrio, latas, Icopor, plástico y varios. Fue una actividad que requirió de un gran esfuerzo no solo físico sino también de equipo ya que algunos elementos eran pesados o de difícil acceso por tanto se requerían varias manos para su recolección y transporte.
Otro grupo se encargó de estar en el centro de acopio. Allí llegaba lo que se recogía en la playa para dar un mejor aprovechamiento, se separaban las tapas, los plásticos y lo demás, para su almacenamiento y disposición.
Por otro lado, estaban los voluntarios encargados de la señalización y mediciones. Pie a pie se midieron los pasos desde la entrada del pueblo hasta el punto de encuentro y desde allí se empezaron a definir donde estarían ubicadas las señalizaciones y demás letreros.
También había personas trabajando con palas y picas, ellos fueron los encargados de la demarcación del sendero, fueron los afortunados de crear el camino mediante el cual los habitantes empezaran a trasladarse hacia la parte alta de la selva para que la puja no se siga llevando sus pertenencias.
El equipo de pintura se encargó de organizar la biblioteca, el nuevo centro de acopio y sumar esfuerzos a la organización de letreros y demás para los restaurantes y cabañas.
Pintando el Centro de Acopio

La primera mitad de la jornada culminó al mediodía y desde allí nos dirigimos a degustar un delicioso almuerzo; una vez ya re-energizados, habríamos de rotar las responsabilidades entre los grupos y así en la segunda jornada, todos participáramos de actividades diferentes. Al finalizar la noche de ese viernes, tuvimos de nuevo la recompensa de disfrutar manjares y prepararnos para una noche mágica donde la comunidad nos entregó sus más preciados tesoros ancestrales: nos enseñó sobre los poderes medicinales de sus plantas.
Era el día dos y de nuevo la lluvia nos permitió arruncharnos 1 horita más. Desayunamos arroz con pericos y chocolate; y a trabajar se dijo!. De nuevo por equipos y con actividades divididas nos dieron la noticia de que habría una sorpresa para un integrante de cada empresa, con la emoción a mil esperamos conocer los afortunados y una vez estuvieron elegidos les indicaron que el regalo era: Ir a pianguar!!! Siiiii esoooo, coger piangua como las piangueras, como las comadres que nos alimentan y nos daban abrigo. Ir a saber lo que significa ganarse la vida trabajando entre manglares, raíces y conchas era una experiencia única.
Experiencia voluntarios recolectando Piangua

El equipo de pianguas abordó una lancha y se dirigió hacia la zona hábitat de este singular molusco. Con busos manga largas, guantes plásticos, gorras y botas, las madres aldeanas empezaron su trabajo y los voluntarios a seguirlas, con tan mala fortuna que todas las pianguas que sacaban eran minúsculas y no median los cinco centímetros reglamentarios que aseguran que se puedan retirar sin afectar la reproducción de la especie. Ellas firmes, los demás frustrados, pero llegó el momento en que hubo un grito de júbilo y se debía a que había salido una gran concha que superaba la medida del pianguametro y a partir de allí a todos les empezó a fluir. Sumergiendo la mano al fondo, palpando las conchas, sacándolas y midiendo transcurrieron aproximadamente tres horas; al cabo del cuál, el equipo de pianguas alcanzó a acumular el contenido de un plato.
Voluntarios Vamos Valle

Esa tarde se jugó el partido de la vida entre voluntarios y la comunidad, un partido de futbol emocionante y vibrante que narró el cantante del pueblo, el mismo que nos recibió con el himno. Finalmente, y como era de esperarse, los locales vencieron y se llevaron todos los elogios.
Esa noche fue de nuevo especial. Luego de la comida nos reunimos para recibir los reconocimientos a la participación y los agradecimientos por apoyarlos en su misión de comunidad. Lograr moverse para ellos significa una oportunidad de vida, de permanecer en el suelo que los vio forjar sus familias y levantar sus ranchos, de continuar sus costumbres y honrar los sueños de sus ancestros.
Reconocimiento por parte de la comunidad

Bailamos, reímos, disfrutamos, agradecimos, en una palabra: VIVIMOS. Gracias La Barra, gracias Vamos Colombia, gracias vida por permitirnos disfrutar de esta experiencia y sobre todo por demostrar que todo lo que queremos que pase en este mundo depende de nosotros.

Vamos Valle, Vamos Colombia
Santiago de Cali, 11 de Octubre de 2017
Elizabeth Martínez Molina
Gases de Occidente – Escritores de Cali